Alguna vez, en ocasión de su libro anterior, se me ha dado por referirme a Alfredo Germignani, o a Fernando Funes (ya no sé cómo llamarlo, pues todo se ha puesto muy loco) como la un tanto monstruosa mujer barbuda; siempre hablando en términos literarios, por supuesto.
Y tenía mis buenas razones para definirlo de esa manera: Germignani era el escritor más freak que yo conocía, un escritor al que gustaba inventar personajes trágicos, sórdidos, oscuros, siempre en estado de precipitación, personajes que oscilaban entre Dostoievski y el culebrón venezolano, y ante los cuales el desconcertado lector no sabía muy bien cómo reaccionar, si llorar o reír.
Lo llamé la mujer barbuda porque el universo de sus ficciones era un mundo de crípticas canciones en inglés, de bares y habitaciones penumbrosas, de endogamias y monomanías, de sexualidad obscena y malvada, donde una vagina, una boca, un pene o una teta no podían ser simples objetos de placer, sino que tenían que ser las armas del mismísimo Satanás o alguna otra cosa peor.
La mujer barbuda porque además estaba la cuestión del vocabulario, Germignani usaba la palabra “diantre” en vez de “mierda” o “carajo” o cualquier otra, usaba “se la está tirando” en vez de “se la está cogiendo”, usaba “zurrar” en vez de “golpear” o “cagar a palos”, usaba “remembrar” en vez de “recordar”, y usaba, escuchen bien, usaba “chalado” en vez de “loco”… Y, claro, a esa altura uno ya no podía evitar suponer que el único chalado en toda esta historia era el mismísimo Alfredo Germignani, y que sin duda alguna se trataba de la única mujer barbuda en el circo de la literatura chaqueña, un circo en el que, dicho sea de paso, hay muy pero muy pocos equilibristas, un solo domador de leones, un maestro de ceremonias que siempre está ausente, un par de buenos payasos y sobre todo muchos enanos que quieren hacerse los magos. Mago no hay ninguno.
No obstante eso era antes, en ocasión de sus anteriores libros. Ahora, con la publicación de Ciudad espectral, la cosa es distinta y ya no alcanza con llamarlo la mujer barbuda. O quizás sí, pero habría que decir algo más, algo del tipo la mujer con barba de todos colores, o la mujer barbuda psicodélica que fuma porro y se pone muy pero muy copada. Con todo, lo que quiero decir es que con Ciudad espectral, Germignani demuestra haberse convertido en mucho mejor escritor de lo que era. Como dijo Lucas Brito Sánchez, “atrás parece haber quedado la angustia metafísica de sus anteriores libros, ahora la muerte es una presencia tilinga, popular y casi democrática”. Lo que antes desconcertaba al lector, la duda de si dejarse llevar por la risa o por la solemnidad, ahora queda definitivamente zanjado, pues Germignani optó por la risa y esa sola decisión le supuso grandiosos beneficios.
Me gustaría decir qué cosa es Ciudad espectral, pero me temo que no lo sé, aunque siempre se puede decir algo, por supuesto, incluso sin mentir. Es una novela de zombis, supongo que la primera del Chaco, y está hecha con la misma pasta de absurdidad con la que se hacen las novelas y películas de zombis, y aún contiene su buena cuota de crítica política y social, como corresponde a los mejores ejemplares del género. Pero a quién le importa eso, lo que está capísimo de Ciudad espectral es que en ella nos encontramos con un sinfín de historias a cual más hilarante, y que por momentos nos hace verdaderamente matar de risa. A Germignani parece no importarle ya nada y escribió su libro movido por la fuerza de la diversión, la diversión de sus lectores, pero en especial la propia diversión, y cualquiera sabe que no se puede pedir mejor energía a la hora de sentarse a trabajar.
Alfredo Germignani es un escritor original y ello por una ventaja natural. Ya lo dijimos, Alfredo tiene gustos un tanto freak y en esta novela ha sabido aprovecharse como nunca de sus preferencias. Y nosotros muy agradecidos. Pero diversión y esperpento no es lo único que encontraremos: esta feria de variedades tiene mucho más para ofrecer. Por ejemplo, puede que aquí y allá se queden con la boca abierta al leer párrafos como este: “siempre hemos sido, a pesar de lo que digan los noticieros, zombis idiotas vagando alrededor del mundo, descuartizándonos entre nosotros por una vida nueva, cuando en realidad todo lo que querríamos es hacerle el amor a Rita Hayworth o James Dean”, ciertamente un párrafo que cualquier escritor de policial negro le envidiaría a Germignani.
Lucas Brito Sánchez también ha dicho que Germignani escribe para el futuro, lo cual es una forma de decir que el tipo está solo como un perro en lo que hace. Perfecto, entonces, no hay problema, así es como deberíamos estar todos. Pero hagamos como hizo Germignani, y de estar solos con angustia metafísica, pasemos a estarlo muertos de risa. Ahora que se tiñó la barba de colores y que fuma unos buenos porritos, la mujer barbuda está mucho más feliz, y nosotros también.
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