miércoles, 6 de junio de 2007

El legado de Sudestada

Por Pablo Black



Cuando en el último febrero declinaba la tarde de la primera jornada de la 7° Feria del Libro Chaqueño y hacía más calor que no sé qué, apareció un inadaptado de considerable tamaño y estatura vestido todo de negro y con, ¡por Dios!, con campera de jean, también negra. El hombre no superaba la treintena ni tal vez el vigésimo octavo año. Inmediatamente uno se podía dar cuenta de que no era de por acá. Primero porque no formaba parte del plantel regular de la cofradía freak chaqueña, a la que no es común que se le sumen tan de golpe nuevos creyentes; en segundo término porque se notaba que el forastero estaba sufriendo el calor como si fuese el Capitán Frío, de donde se deduce que la inadecuación de la vestimenta era consecuencia de su total desconocimiento sobre las hostilidades climáticas de la zona (exacerbadas, según Al Gore, por el calentamiento global), y que si no se sacaba la campera (cosa que angustiaba a todo aquel que le echara un ojo) se debía, comprensiblemente, a que se esforzaba por mantener ocultas las húmedas e indecorosas marcas que los vapores de su cuerpo habían dejado profusamente por todos los sectores de su negra remera. El hombre de negro era Walter Marini, un pibe extraordinario, hacedor junto a otras personas de la revista Sudestada, que ya tiene como cincuenta y largos números en la calle. Desde el segundo día de la feria del libro compartió el stan con la gente de Cuna, gente que aprovechó para curiosear los números de Sudestada que Walter había traído y para extraerle como indiscretos espías cualquier información relativa o útil para el oficio. Al momento del retorno de Walter a Buenos Aires, se realizó el intercambio de rigor entre las dos revistas. Cuna salió infinitamente más favorecida: además del librito de Molfino, ofrendó cuatro miserables números de la revista, que era todo lo que tenía para dar, a lo que Sudestada, representada por Walter, respondió con dieciséis números, un CD doble de grabaciones de Cortázar, una biografía de Fabián Poloseky y una joya en forma de DVD: la película Los Traidores de Reymundo Gleyzer. Todo, por supuesto, hecho o rescatado por Sudestada.
Para quienes no lo saben (como no lo sabía yo), Gleyzer era un cineasta de ferviente lucha social, que sobre todo hacía documentales y que había puesto en marcha junto a otros compañeros un proyecto llamado Cine de la Base, dirigido al obrero y al pobre, la verdadera base de la sociedad según Gleyzer. Los militares del ´76 no demoraron un instante en ir a buscarlo y hacerlo desaparecer. Los Traidores es su único filme de ficción, ficción a la que traiciona constantemente con células y derivas del documental, algo que lo vuelve relativamente comparable a los filmes de Costa Gavras. Los Traidores es la historia del ascenso y progresiva corrupción de un dirigente sindical peronista, y por ende la historia de la degradación de toda una institución (CGT). No hay más argumento que ese: el retrato longitudinal de un traidor a través de las mil fechorías que comete. Sin embargo el filme es de una rareza perturbadora. Omitiendo incluso las originalidades formales, que no son pocas, se puede apreciar cómo entrelaza registros disímiles o aparentemente incompatibles como la parodia, el drama, el documental (el ritmo y los cambios de la ficción están marcados por los acontecimientos históricos reales), rarezas que hacen pensar en la osadía de su director o en lo mucho que se divertía con tanta irreverencia creativa. Y por si queda alguna duda al respecto, está la maravillosa y grotesca escena del velorio que ni el mismísimo Fellini (director que indiscutiblemente Gleyzer debía admirar) o el más fanático surrealista se habría atrevido a introducir en un filme como Los Traidores. Sinceramente, una película para todo público, lo que quiere decir que la deberían ver todos, pues ahora que resurge del olvido desconocerla es desconocer toda una provincia de lo mejor del cine argentino. Por eso, a quienes deseen verla, les ofrezco las instalaciones de mi casa. Anótense aquí, que si llegamos al considerable número de dos interesados, abrimos la primera función. Otra opción, quizás la más conveniente, es visitar la página de Sudestada http://www.revistasudestada.com.ar/, y pedir a Walter que les envíe un ejemplar de la película. Yo les aseguro que Walter, sin detenerse en consideraciones superfluas como por ejemplo el clima que haga afuera, saldrá corriendo al correo para cumplir con su pedido.