viernes, 30 de julio de 2010

¿Qué te pasa profe? ¿Estás nervioso?

Es lamentable lo ocurrido con el libro Arquitextos. En principio porque el bullicio generado en los últimos días por el “alto” contenido sexual de algunos de sus textos, opaca el muy buen trabajo desarrollado y encabezado durante más de dos años por los escritores Mario Caparra y Roberto Mateo. En una provincia y en un país que están muy pero muy lejos no sólo de la escritura, sino de la lectura, la tarea de estos dos escritores —que se vio enriquecida con el aporte de Lucas Ameri y Marina Coronel— resulta casi épica. Puede dar testimonio de ello la gran cantidad de personas —docentes, bibliotecarios, alumnos, público en general— que participa cada vez que se anuncia la realización de estos talleres literarios.
“Tomemos la palabra” es el nombre de la red de talleres itinerantes, que hace poquito cruzó las fronteras chaqueñas y llegó a Las Toscas. Un título por demás acertado, porque de algún modo si algo demanda cada momento histórico, es que nos adueñemos siempre de las palabras. Cosa de poder escribir nosotros, cada vez, tal o cual momento histórico, sin esperar a que nos lo escriban. Y adueñarse de las palabras significa, en buena medida, decir las cosas como son. Si quienes se vieron ofendidos por el contenido de Arquitextos hubiesen leído la consigna propuesta en el libro, es probable que el debate hubiese cobrado algo de vuelo. Pero es evidente que no. Que no leyeron. De otro modo no se hubiesen “asustado” u “ofendido”, y hasta hubieran podido ofrecer argumentos que escaparan, que trascendieran aquello de la moral y las buenas costumbres. Podrían haber mencionado, por ejemplo, el mucho o escaso valor estético de los textos en cuestión; se podrían haber planteado si expresan transgresiones o meras formas del mal gusto. Muchas cosas podrían haber dicho. Pero no. Eligen siempre lo más elemental: la integridad de los chicos. Vamos. Los chicos no comen vidrio.
Mientras manifestamos nuestro escándalo por la impresión de palabras “fuertes”—que dicho sea de paso, nadie lee; porque ése es otro tema: nadie lee; y usted, señora profesora, usted, señor profesor, y usted, señor funcionario, leen aun menos que nadie— entregamos a los chicos, cuyo futuro tanto nos preocupa, a la basura de la televisión, la basura de los noticieros, la basura de las páginas web, de los teléfonos celulares, de los bailes del caño, de las motocicletas, del consumo idiota y sin criterio. ¿O no? ¿No hay escuelas, acaso, que anhelan participar del programa de Tinelli? Media pila entonces.
Lo único positivo que deja este escándalo tan absurdo, es que a la hora de horrorizar, los libros pueden mucho más que cualquier otra cosa. Ahora nos vamos a una ronda de lectura con los chicos del barrio: hoy nos toca el Marqués de Sade.

jueves, 29 de julio de 2010

ARQUITEXTOS: LA BURRADA EN LA QUE INCURREN ES SEMEJANTE AL DEDO EN EL ORTO QUE LE METIERON A OSCAR WILDE PARA SABER SI ERA PUTO O NO


Por Alfredo Germignani


En El escritor y sus fantasmas, de 1963, un brillante ensayo que revuelve en las tripas mismas del oficio de escribir, Sábato explica: “Hay probablemente dos actitudes básicas que dan origen a los dos tipos fundamentales de ficción: o se escribe por juego, por entretenimiento propio y de los lectores, para pasar y hacer pasar el rato, para distraer o procurar unos momentos de agradable evasión; o se escribe para buscar la condición del hombre, empresa que ni sirve de pasatiempo, ni es un juego, ni es agradable”. La observación es harto acertada y aquellos escritores que han dedicado sus vidas enteras a explorar los abismos de la condición humana lo padecieron en el cuerpo. No me cabe ninguna duda que Bukowsky, de no haberse encontrado con la literatura, lo hubiesen metido en algún hospital mental. Que Miller, que en la Francia de los años 30 hasta dormía debajo de un puente distinto cada noche y a duras penas, pasando hambre, parió Trópico de cáncer, por cuya obra enfrentó un procesamiento por obscenidad en su país. Y es que al polémico autor estadounidense le encantaba meterle el dedo en el culo a la América puritana e hipócrita de entonces. Y hacía muy bien. Más atrás en la historia, en la Francia napoleónica, el Marqués de Sade escandalizaba con sus novelas Justine o los infortunios de la virtud e Historia de Aline y Valcour, y por ellas y otros textos lo metieron en un pozo hediento durante más tres décadas. Más acá, el genio de Fernando Pessoa adolecía minado por el alcohol; ni siquiera él –que fue un grande con mayúsculas– pudo evitar el desgarramiento que le causó el acto de la escritura de batalla desde las fosas más oscuras de la condición humana.
La polémica surgida alrededor de dos páginas del libro Arquitextos en Coronel Du Graty no hace más que multiplicar estos fantasmas. Más allá de que se trata de un valioso texto que recogió el trabajo de dos años de taller de la dirección Letras del Instituto de Cultura en distintas localidades de Chaco, y de los evidentes esfuerzos de censura que se procuran algunos sectores de la sociedad –oficiales y no–, resulta sorprendente el espanto, el pavor que le producen a ciertas personas encontrarse en un texto de literatura con las palabras pene, pija, verga, poronga, garcha, concha, clítoris, culo, coger, mierda, puto, ponerla, chota, etcétera. Y lo que resulta más increíble todavía es que al no comprender por qué y para qué están puestas ahí, cómo están puestas ahí, las tilden de heréticas y encima les arranquen las hojas al libro. Y mucho peor todavía es que a unos de los poemas –uno en verdad bonito de la poeta Miryam Castillo de Barranqueras–, por uno de sus versos que reza empalmándose, cogiéndose niños, lo señalaron de incitar a la pedofilia. Está muy en claro que esta gente no lee ni el almanaque.
Claro, como era de esperar, los cuervos de algunos medios están empezando a editorializar el tratamiento de la información como se les da la gana. Lo único que les interesa es hacerse un festín. Un periodista llegó hoy a decir incluso que bueno, que él no había estudiado sobre esto, que él era apenas un comunicador y no era quién para opinar. Pero, por supuesto que esos textos son réprobos, declaró. La burrada en la que están incurriendo es sólo semejante a la ignominia que sufrió Oscar Wilde, cuando le metieron el dedo en el orto para saber si era puto o no, y no felices con esto, después lo mandaron a la cárcel condenado a trabajos forzados. Allí, escribió dos de sus obras más hermosas, De profundis y la conmovedora Balada de la Cárcel de Reading. Uno de las estrofas de ésta última, dice: “Éramos como hombres que por un pantano / de inmunda oscuridad avanzan tanteando; / no nos atrevíamos a susurrar una oración / ni a dar suelta a nuestra angustia; / algo había muerto en cada uno de nosotros / y lo que había muerto era la esperanza”. Es cierto. Hasta de la misma mierda puede salir un buen poema.