Es lamentable lo ocurrido con el libro Arquitextos. En principio porque el bullicio generado en los últimos días por el “alto” contenido sexual de algunos de sus textos, opaca el muy buen trabajo desarrollado y encabezado durante más de dos años por los escritores Mario Caparra y Roberto Mateo. En una provincia y en un país que están muy pero muy lejos no sólo de la escritura, sino de la lectura, la tarea de estos dos escritores —que se vio enriquecida con el aporte de Lucas Ameri y Marina Coronel— resulta casi épica. Puede dar testimonio de ello la gran cantidad de personas —docentes, bibliotecarios, alumnos, público en general— que participa cada vez que se anuncia la realización de estos talleres literarios.
“Tomemos la palabra” es el nombre de la red de talleres itinerantes, que hace poquito cruzó las fronteras chaqueñas y llegó a Las Toscas. Un título por demás acertado, porque de algún modo si algo demanda cada momento histórico, es que nos adueñemos siempre de las palabras. Cosa de poder escribir nosotros, cada vez, tal o cual momento histórico, sin esperar a que nos lo escriban. Y adueñarse de las palabras significa, en buena medida, decir las cosas como son. Si quienes se vieron ofendidos por el contenido de Arquitextos hubiesen leído la consigna propuesta en el libro, es probable que el debate hubiese cobrado algo de vuelo. Pero es evidente que no. Que no leyeron. De otro modo no se hubiesen “asustado” u “ofendido”, y hasta hubieran podido ofrecer argumentos que escaparan, que trascendieran aquello de la moral y las buenas costumbres. Podrían haber mencionado, por ejemplo, el mucho o escaso valor estético de los textos en cuestión; se podrían haber planteado si expresan transgresiones o meras formas del mal gusto. Muchas cosas podrían haber dicho. Pero no. Eligen siempre lo más elemental: la integridad de los chicos. Vamos. Los chicos no comen vidrio.
Mientras manifestamos nuestro escándalo por la impresión de palabras “fuertes”—que dicho sea de paso, nadie lee; porque ése es otro tema: nadie lee; y usted, señora profesora, usted, señor profesor, y usted, señor funcionario, leen aun menos que nadie— entregamos a los chicos, cuyo futuro tanto nos preocupa, a la basura de la televisión, la basura de los noticieros, la basura de las páginas web, de los teléfonos celulares, de los bailes del caño, de las motocicletas, del consumo idiota y sin criterio. ¿O no? ¿No hay escuelas, acaso, que anhelan participar del programa de Tinelli? Media pila entonces.
Lo único positivo que deja este escándalo tan absurdo, es que a la hora de horrorizar, los libros pueden mucho más que cualquier otra cosa. Ahora nos vamos a una ronda de lectura con los chicos del barrio: hoy nos toca el Marqués de Sade.
“Tomemos la palabra” es el nombre de la red de talleres itinerantes, que hace poquito cruzó las fronteras chaqueñas y llegó a Las Toscas. Un título por demás acertado, porque de algún modo si algo demanda cada momento histórico, es que nos adueñemos siempre de las palabras. Cosa de poder escribir nosotros, cada vez, tal o cual momento histórico, sin esperar a que nos lo escriban. Y adueñarse de las palabras significa, en buena medida, decir las cosas como son. Si quienes se vieron ofendidos por el contenido de Arquitextos hubiesen leído la consigna propuesta en el libro, es probable que el debate hubiese cobrado algo de vuelo. Pero es evidente que no. Que no leyeron. De otro modo no se hubiesen “asustado” u “ofendido”, y hasta hubieran podido ofrecer argumentos que escaparan, que trascendieran aquello de la moral y las buenas costumbres. Podrían haber mencionado, por ejemplo, el mucho o escaso valor estético de los textos en cuestión; se podrían haber planteado si expresan transgresiones o meras formas del mal gusto. Muchas cosas podrían haber dicho. Pero no. Eligen siempre lo más elemental: la integridad de los chicos. Vamos. Los chicos no comen vidrio.
Mientras manifestamos nuestro escándalo por la impresión de palabras “fuertes”—que dicho sea de paso, nadie lee; porque ése es otro tema: nadie lee; y usted, señora profesora, usted, señor profesor, y usted, señor funcionario, leen aun menos que nadie— entregamos a los chicos, cuyo futuro tanto nos preocupa, a la basura de la televisión, la basura de los noticieros, la basura de las páginas web, de los teléfonos celulares, de los bailes del caño, de las motocicletas, del consumo idiota y sin criterio. ¿O no? ¿No hay escuelas, acaso, que anhelan participar del programa de Tinelli? Media pila entonces.
Lo único positivo que deja este escándalo tan absurdo, es que a la hora de horrorizar, los libros pueden mucho más que cualquier otra cosa. Ahora nos vamos a una ronda de lectura con los chicos del barrio: hoy nos toca el Marqués de Sade.
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