miércoles, 16 de diciembre de 2009

ROBLES, de Mariano Quirós. Por Orlando Van Bredam

Hace cosa de un mes, los escritores Orlando Van Bredam, Miguel Ángel Molfino y Samuel Bossini, presentaron Robles, la primera novela de Mariano Quirós, en el Fogón de los Arrieros. Dicen que se trata de una buena novela, que vale la pena; nosotros también lo decimos. Lo que les invitamos a leer, son las palabras que Van Bredam ofreció aquella noche de un mes atrás a Robles y a su autor; fíjense:

"Cuando conocí a Mariano Quirós, estaba junto con Pablo Black, se presentaron, me dieron sus nombres, los contemplé unos instantes y les dije: lo siento, chicos, pero ustedes no son lo que parecen.
Ahí estaban: serios, circunspectos, tímidos, casi angelicales detrás de sus anteojos, y me extendían una mano más bien blanda y distante. No, volví a decirles, no son lo que parecen. Sucede que yo ya había leído la revista Cuna, la cual también, bajo su inocente nombre ocultaba un lado oscuro, casi perverso. Y los perversos son así, nos desorientan, andan entre nosotros con caras parecidas a la de Mariano, tienen buenos modales y de pronto ¡zaz! nos clavan una puñalada. Por eso conviene ser amigo de ellos, no darles motivo… para que escriban. Encima, como sucede con la novela Robles, como usted lo va a comprobar cuando la lea, sentirá la sonrisa satisfecha, ladina de su autor, mientras avanzamos. No podrá no sentirla. Y cada tanto se detendrá para decirse: y con esa carita de ángel…mirá lo que dice.
Cuando uno piensa en los jóvenes escritores, vaya a saber por qué, se los imagina escribiendo sobre la cuadratura del silencio o sobre la fantástica irrealidad del noveno círculo, nunca sobre algo cercano y tangible. Sospecha en ellos, como ha ocurrido siempre, lo innecesario de acudir a esta cotidianeidad tan desteñida y vacilante. Los imagina entonces, o los conoce, más preocupados por las formas que por el contenido, irremediablemente anclados en un cosmos ideal, nunca como testigos o protagonistas divertidos o sufrientes de este mundo, como si la literatura fuera un ejercicio destinado a sorprender o asustar. Por eso, lo primero que le llama la atención en esta novela es el título: Robles, simplemente Robles, un apellido, y después, mucho después, como me ha ocurrido a mí, usted se entera de que es un apellido real, cercano, de gente tan tangible como usted o yo y de la que el joven escritor perverso no se reprime en hablar y hablar y hablar.
A mí me costó muchos años entender que a veces la mejor fuente literaria era uno mismo y sus adyacencias (tíos, primas, hermanos, abuelas), por eso cuando leí por primera vez Robles, como jurado del CFI, debo confesar que supuse que el autor, todavía escondido en su seudónimo, no tendría menos de cincuenta años. Es cierto que en esta novela no hay nostalgia, propia de los cincuentones, pero hay vida, respiración, densidad humana, gracia, ternura, patetismo, melodrama, grotesco, y todo a través de una límpida escritura que nunca olvida su tono, que gime como violín afiatado mientras reímos, sonreímos, exclamamos, subrayamos, sentimos.
Cuando se abrieron los sobres y nos enteramos de que el autor era un chaqueño de 28 años, que yo conocía, les dije: lo conozco. ¿Lo conozco? ¿lo conocía realmente? Entonces, tranquilo, de regreso y en mi casa, volví a leer Robles. No, definitivamente no era la novela de un cincuentón, sino de un joven de 28 años. Desde ese lugar estaba construido el punto de vista, aunque su autor tenía oficio, mucho oficio; desde ese lugar narraba, como un personaje catalizador, que al embarazar a su prima provocaba una reacción en cadena. Y después, con la misma sonrisa perversa del autor, como si uno u otro fueran indistintos o se turnaran para gozar, se sentaran a mirar lo provocado sin perder nunca los buenos modales.
Mariano: me siento feliz y orgulloso de ser tu amigo, no tu maestro (como me llamás en la dedicatoria), porque tus maestros son todas las lecturas que te construyeron desde los siete años (según confidencias de tu madre que me suenan a venganzas) cuando empezaste a escribir y no pudiste parar. Sería cínico si dijera que sos una promesa de las letras chaqueñas. No, nada de eso. No sos una promesa, si no una realidad. Ni siquiera de las letras chaqueñas, con perdón de mis queridos amigos chaqueños. Sos simplemente un buen escritor de hoy, porque como decía Juan L. Ortiz, la única patria de un escritor es su lenguaje. Desde ese lugar, nos mira, nos analiza, nos escribe y como Mariano, nos hace felices, porque no se olvida nunca que el primer deber de la literatura es hacernos más interesante y soportable la existencia".

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