Jack White está rayando adentro de mi cabeza con ese rock crispado que sacan sus guitarras. Al tipo le encanta lucirse. Y eso está bien, me gusta. Capaz que si me apuran, digo que no sólo le encanta lucirse sino que lo hace muy bien y por eso es el mejor de su clase. Es cierto: a los pomos rockstar no hay que exigirles demasiado, con poco hacen mucho. No me hace bien soslayar su heroica epopeya, de verdad, hasta me cae mal al hígado y todo (porque yo dije, siempre dije que quería ser Jack White); por eso me parece que el tipo, entre los yuyos que anda, es el mejor. Hizo la tarea. No será el Bob de su generación; pero no está mal recordar que el destino es un contorsionista degenerado y todo puede cambiar, metamorfosearse, por lo cual el gran Jack podría serlo de un momento a otro, el mejor de la escuela.
Para serte sincero, Marcelito, el gran Jack quizá sea el único tipo en el mundo a quien se la mamaría. Ojo, a los fines que busco, ya sabés, es fuerte pero eficaz. Jack está bien dotado. Parece que dijera, parece que el tipo dijera, embadurnándolo todo con su rock eléctrico y desprolijo de garaje, cual Illya Kulliaqui & The Valderramas: “Te digo y te repito, conmigo no te metas/ mi clica está creciendo alrededor del planeta”. Pero, más que mamársela, me gustaría ser él, me gustaría ser Jack White. Te lo digo así, entre amigos nomás, Jack White es el protagonista ideal de alguna novela de pasiones desencontradas, es un sobreviviente del último apocalipsis del rock, es, a secas, un caballero rebelde que canta los blues que le vienen en ganas. Jack White es un perfecto delirante que tiene conversaciones íntimas con sus guitarras, ya no quedan tipos así. Yo quiero ser Jack White.
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